Sólo cuando uno aprende a
quedarse en la total intemperie, sin techo que le proteja del cosmos inmenso,
sin paredes que le resguarden de los vientos, sin refugio alguno; sólo cuando
uno renuncia a poder disponer de un cercado donde sentirse menos insignificante
en el vasto espacio; sólo cuando, con los años, uno aprende a no esperar que la
verdad tenga un rostro delimitado y próximo; sólo cuando se ha aprendido, por
fin, a no intentar, de mil maneras, salvarse; sólo entonces, la verdad es
inhóspita pero profundamente hospitalaria; despiadada como la inmensidad pero
acogedora como una amante; vacía como un abismo pero haciéndose sentir con una
presencia plena y cálida.
Cuando el conocimiento te
reduce a una mota de polvo en los espacios estelares, ella se aproxima como
amiga; cuando el fracaso de todos tus proyectos te ha llevado a desesperar de
todo método seguro, acreditado y controlado de salvación, la verdad, piadosa,
alarga su mano para cogerte. La certeza que genera no se apoya en la protección
que proporciona ni en lo delimitados que están sus contornos sino, por el
contrario, en su pura e inevitable intemperie; en sus fronteras indefinibles;
en su capacidad de invadir, como una inundación, todos los cercados; en su
poder para filtrarse y huir de los muros más solidamente construidos. La
verdad, como el océano, ignora las fronteras, deshace las tapias, es
incontrolable.
La verdad no es un techo,
bajo el que protegerse, porque la verdad, como un huracán, levanta y se lleva
todas las protecciones, como las hojas secas de los árboles. La verdad confirma
sin decir una palabra y sin hacer un solo gesto. Guía sin señalar caminos;
pacifica sin dar soluciones; da respuestas sin proponer fórmulas; es acogedora
sin ofrecer un hogar; es un suelo donde poner los pies sin que sea un cercado;
viste su desnudez con mil atuendos, pero después de presentarse ante nuestros
ojos cuidadosamente vestida y adornada, cuando volvemos nuestros ojos hacia
ella, se quita los adornos y las ropas y vuelve a quedarse de nuevo
irremediablemente desnuda.
La implacable y desnuda
verdad sin forma, que nadie puede apropiarse, la que desmantela como un tornado
toda cerca, la que es silenciosa y por ello indomable, esa misma verdad es
tierna, cálida, piadosa, acogedora, protectora y guía; sólo ella es como una
presencia íntima que engendra una certeza que es libre de toda forma y, por
ello, puede acogerlo todo
Autor: Marià Corbí
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