El mundo alberga a miles de comunidades indígenas.
Ellos son los habitantes originarios de los territorios, y guardianes de una
portentosa sabiduría ancestral que han transmitido a través de lo que ahora
conocemos como leyendas indígenas.
Las leyendas indígenas son canales por
los que transita la memoria: se trata de breves narrativas que preservan los
tesoros de las diversas culturas, y que reflejan los conocimientos ancestrales
que siglos de historia tardaron en crear (y se han negado a desaparecer, pese a
las brutales guerras colonialistas y neocolonialistas).
Muchas de estas leyendas indígenas eran transmitidas
oralmente. Ahora, gracias al trabajo de recopilación de cientos de personas a
lo largo del tiempo, podemos acceder a ellas digitalmente, y
descubrir que muchas de sus lecciones siguen siendo igual o más vigentes que antes.
Leyendas indígenas del mundo
Aquí te presentamos una recopilación de leyendas
indígenas de Centroamérica (náhuatl y maya), Sudamérica (aymara,
mapuche, guaraní) y Europa septentrional (inuit), con breves
reseñas sobre el significado que de ellas podemos recoger y atesorar.
El niño horticultor (náhuatl, México)
Imagen de Pablo de Bella
Una leyenda sobre la importancia del campo y
cómo debemos valorar a quienes lo cultivan hasta el punto de lo sagrado.
Se cuenta que esta era una señora que tuvo un hijo.
Cuando nació lloraba mucho, ni siquiera quería mamar, sólo estaba llorando. Su
mamá empezó a registrarlo buscando qué podía dolerle y no encontró nada.
Entonces ordenó su mamá que se le preparase un atole blanco. En seguida se lo
hicieron como había ordenado. Mientras preparaban lo que había de tomar el niño
para contentarlo, pues lloraba mucho, la señora madre estaba inquieta. Tan
pronto como se coció el atole blanco, en seguida corrió la criada a llevárselo
para que lo tomase el niño. Empezaron con mimos para que lo tomase y no quiso;
pensaron que quería que se lo endulzaran. “Que se le endulce”
[ordenaron], y se lo endulzaron. Mas tampoco quiso tomarlo. Dijo la criada:
—Iré a hacerle atole de elote.
Se lo preparó y tampoco quiso tomarlo. Y como cada vez lloraba más, temió [la
madre] que pudiese morir el niño, [y] ordenó a la criada:
—Anda a llamar a la curandera, que venga a ver al niño que llora tanto y no
quiere comer. Salió la mujer en busca de la curandera para que fuese a ver o a
curar al niño, que quién sabe qué es lo que tiene que llora tanto. Llegó la
mujer a casa de la curandera, saludó, entró y dijo:
—Ya me cansé. Habitamos muy lejos de aquí.
—¿En dónde habita usted?
—Vivo en casa de una señora que se llama Doña Lagartija y me ordenó que viniese
a suplicarle a usted que vaya a curar a su hijo que está enfermo. Si ha de ir
usted, que sea desde luego. Espéreme usted. Iremos juntas. Nada más arreglo lo
necesario. Puso en su cesto todas las hierbas medicinales y salieron y se
fueron. Llegaron a la casa de la señora Lagartija y en cuanto la curandera vio
cómo estaba el niño enfermo, preguntóles:
—¿Qué le dan a tomar?
—No quiere tomar nada; sólo está llorando. Le palpó la boca del estómago; lo
tenía muy enjuto, y entonces dijo:
—Traigan un poquito de pulque. [Y en cuanto] empezó a dárselo, se puso contento
[el niño]. Antes había visto que tenía pintado sobre su estómago, con sangre,
un maguey [y] dijo:
—Mire usted, señora, este maguey que aparece pintado en su estómago quiere
decir que deberá criarse con pulque. Mientras crece denle a tomar lo que les he
dicho; cuando llegue [a la edad de] 7 años, ya le cambiaremos de alimento.
Entretanto vamos a curarlo. Empezó a curarlo. Chupó la sangre sobre el
estómago, lo sahumó con hipérico, palma, incienso y otras muchas hierbas
medicinales; le untó sobre el estómago sangre de gallo, que con esto se
borraría el maguey que tenía pintado el niño; lo sahumó [luego] y así ya no
[volvería] a llorar.
Desde que lo curó no volvió a llorar, siempre estaba
tranquilo; una vez que le daban pulque ya no había que darle otra vez, se
dormía y hasta otro día dábanle de beber. [Cuando] cumplió 7 años, de nuevo fue
a verlo aquella curandera y tornó a sahumarlo con cedro, incienso e incienso
blanco. Cuando terminó, dejó pasar un rato y luego registró [su cuerpo] otra vez,
y sobre su espalda encontró pintadas muchas frutitas, y le dijo a su
mamá:
—Mire usted, señora, lo que aparece aquí; son muchas frutitas que indican que
deberá mantenerse con fruta, y aquí, en la mano derecha, tiene una mazorca, y
en la mano izquierda, vea usted, tiene una guía de calabaza con una calabacita,
lo que quiere decir que será trabajador cuando sea grande. Ahora denle por
alimento fruta únicamente; vayan a cortar de la mejor en la barranca, donde
pasan los aires; de ésa es de la que debe comer.
Y así fue como los 9 días le
lavó la espalda con aquella agua perfumada que habían bendecido los aires. En
cuanto lavó a la criatura o, más bien dicho, la bañó la curandera, en seguida
se borraron las frutitas que tenía pintadas en la espalda, todo desapareció, y
[desde entonces] le llamaban “el niño horticultor”.
No había ni un solo campo
de labranza, ni un solo solar que no tuviese árboles frutales, y se dice que
fue él quien los sembró dondequiera, que sin él no habría ningún árbol frutal.
Hombre bendito de los aires, por dondequiera que pasaba todos le hacían
reverencia.
El lobo Astur (inuit, Groenlandia)
Imagen de Jensine Eckwall
Una sencilla lección de resiliencia y respeto
desde las frías estepas de Groenlandia.
En el principio de los tiempos, Kaila era el dios del
cielo por encima de los inmensos bosques y llanuras heladas. Creó al Hombre y a
la Mujer. Completamente solos y libres, el hombre y la mujer observaron el
mundo a su alrededor. La mujer le pidió a Kaila que poblara la tierra. Kaila le
dijo a la Mujer que hiciese un agujero en el hielo, y que sacase del agujero a todos
los animales, el último de los cuales fue el caribú (alce).
“El caribú será tu mejor regalo. El te alimentará a ti y
tu familia, gracias a sus pieles confeccionaréis ropa y tiendas para
abrigaros”, le dijo Kaila a la Mujer.
La Mujer ordenó al caribú que se multiplicara, y habitase
los inmensos bosques y llanuras heladas. Así fue. Los caribús se multiplicaron
y los Hijos de la Mujer también.
Los Hijos de la Mujer cazaban siempre los
caribús fuertes y gordos, no deseaban los caribús débiles, porque éstos no
tenían buena carne ni tampoco sus pieles eran buenas. Así fueron desapareciendo
los caribús fuertes y sanos, aumentando el número de caribús débiles y
enfermos. Viendo que sus hijos empezaban a pasar hambre, la Mujer se puso a
llorar. Kaila desde el cielo vio sus lágrimas.
“Te di el mejor de los regalos y lo malgastaste, pero
como mi generosidad es grande, intentaré ayudarte”, dijo Kaila a la Mujer.
Kaila habló con Amarok, el espíritu de los lobos, que
vivía cerca de él en el cielo. Le pidió que enviase lobos a la tierra para que
éstos se comieran a los caribús débiles y enfermos. Desde lo alto de la colina,
los hombres observaban a los lobos.
Después de reunirse en el bosque, la manada
de lobos se dirigió sin ruido hacia los caribús que rumiaban tranquilamente. Al
ver a los lobos, los caribús se agruparon, formando un círculo protector
alrededor de los animales débiles y jóvenes. Los lobos se lanzaron para romper
el círculo formado por los caribús y alejar a los más fuertes. Desde aquel día
el espíritu de Amarok reina en el Gran Norte.
Los inuit dejan cazar tranquilos a los lobos, porque
saben que el caribú nutre al lobo, pero el lobo mantiene la buena salud de los
caribús.
El nahuel y el hombre perdido (mapuche,
Chile)
Imagen de Canal Encuentro
Animales y humanos son hermanos entre los que
puede fluir la empatía y surgir la solidaridad.
–He conocido un hombre que ha venido desde el sur y que
me ha contado que el abuelo de su abuelo fue amigo de un tigre.
–¿Amigo de un tigre? ¿Cómo hizo, abuela?
–El amigo de su abuelo era un guerrero mapuche. Una vez al final de una batalla
contra los soldados blancos quedó del lado del enemigo. Varios días estuvo
escondido entre los pastos sin hacer un solo ruido.
Una tarde miró para todas
partes y no vio ni soldados mapuches ni guerreros blancos: se había salvado,
pero estaba muy lejos de su gente. Caminó todo el día por el desierto y a la
noche seguía en tierra extraña. De repente vio dos luces pequeñas. Pensó: “Debe
de ser gente que ha prendido fuego” y se alegró.
Pero enseguida se dio cuenta
de que eran los ojos amarillos de un tigre y los ojos se acercaban. Entonces
sintió miedo y tanta soledad que se largó a llorar. Pero el tigre se detuvo y
el hombre recordó las historias que le había contado su abuela de cuando la
gente y los animales eran amigos.
–Peñí Nahuel –le dijo (que es “hermano tigre” en mapuche)– no me hagas daño.
El tigre lo miró fijo y después hizo un gesto que significaba “Seguime” y el
hombre lo siguió.
Caminaron toda la noche y cuando clareó siguieron
caminando. Por la noche el tigre le buscó refugio en el hueco de un pehuén
mientras él montaba guardia entre las ramas.
El tigre cazó para el hombre y
comieron compartiendo la comida. Corrieron carreras y se revolcaron en la arena
de la orilla de los ríos.
El tigre hasta se dejaba acariciar. Una tarde se
acercaron a la cordillera. El hombre sintió que el viento traía el humo de las
fogatas de su gente.
Esa noche durmieron como lo habían hecho durante todo el
camino, pero a la mañana el tigre ya no estaba. Y aunque el hombre lo buscó no
pudo encontrarlo. “¡Gracias Peñí Nahuel!”. Le gritó al viento que llevó sus
palabras hasta los oídos del tigre.
Después el hombre caminó y fue a
encontrarse con su familia.
–Como vamos a hacer nosotros cuando pare la lluvia, ¿no, abuela?
Leyenda de la yerba mate (guaraní, Paraguay)
Imagen de Angela Mercedes Corti
Porque en el simple acto de compartir una
bebida puede consolidarse la comunidad.
Se dice que antes de que Yací bajara, los hombres estaban
tan ocupados en sus propios quehaceres que apenas se miraban o conversaban un
poco. Yací era inmensa, refulgente, poderosa.
Era magia y luz. Porque Yací era
la luna, y plantada sobre el firmamento, alumbraba cada noche las copas de los
árboles y los caminos, pintaba de color plata el curso de los ríos y revelaba
los sonidos, que sigilosos y aterrorizantes, se escondían en la penumbra de la
selva.
Una mañana Yací bajó a la tierra, acompañada por la nube Araí.
Convertidas en muchachas, caminaron por los senderos apartados de la aldea,
entre el laberinto de sauces, lapachos, cedros y palmeras. Y entonces, de
improviso, se presentó un yaguareté. La mirada tranquila y desafiante.
El paso
lento y decidido. Las zarpas listas para ser clavadas y las fauces dispuestas a
atacar. Pero una flecha atravesó como la luz el corazón de la bestia. Yací y
Araí no acababan de entender lo sucedido cuando vieron a un viejo cazador que
desde el otro extremo de la selva las saludaba con un gesto amistoso.
El hombre
dio media vuelta y se retiró en silencio. Aquella noche, mientras dormía en su
hamaca bajo la luz de la luna, el viejo cazador tuvo un sueño revelador. Volvió
a ver el yaguareté agazapado y la fragilidad de las dos jóveness que había
salvado aquella tarde, que esta vez le hablaron:
─Somos
Yací y Araí, y queremos recompensarte por lo que has hecho. Mañana
cuando despiertes encontrarás en la puerta de tu casa una planta nueva. Su
nombre es Caá, y tiene la propiedad de acercar los corazones de los hombres.
Para ello, debes tostar y moler sus hojas. Prepara una infusión y compártela
con tu gente: es el premio por la amistad que demostraste esta tarde a dos
desconocidas.
En efecto, a la mañana siguiente el hombre halló la planta y siguió las
instrucciones que en sueños se le habían dado. Colocó la infusión en una
calabaza hueca y con una caña fina probó la bebida. Y la compartió. Aquel día
los hombres, entre mate y mate, conocieron las horas compartidas y nunca más
quisieron volver a estar solos.
La leyenda del perro y Kakasbal (maya,
sureste de México)
Imagen de Balamoc
Una lección de fidelidad que podemos aprender
de los perros.
Cuenta la leyenda que había un hombre que siempre vivía
de mal humor y nunca perdía la ocasión de maltratar a su perro, quien era muy
infeliz.
Un espíritu del mal, llamado Kakasbal, observó la
situación y detectó que podía sacar mucho provecho de esto y de la rabia que
seguramente sentía el perro contra el hombre. Por lo que un día se le apareció
al perro y entablaron esta conversación:
Kakasbal: ¿Te veo triste, te sucede algo?
Perro: Cómo no voy a estarlo, si mi amo me pega y me
maltrata cada vez que puede.
Kakasbal: Los he estado observando y sé que te trata muy
mal. ¿Por qué no lo abandonas?
Perro: Porque él es mi amo y debo serle fiel.
Kakasbal: Pero si necesitas ayuda, yo podría ayudarte a
escapar.
Perro: No. Nunca lo abandonaré.
Kakasbal: Pero nunca va a valorar tu fidelidad. Ni si
quiera te lo va a agradecer.
Perro: Pero siempre le seré fiel.
Kakasbal continúo insistiendo durante un largo rato, por
lo que el perro decidió quitárselo de encima diciéndole:
Perro: Me has convencido. ¿Qué debo hacer?
Kakasbal: Es muy fácil, sólo debes entregarme tu alma.
Perro: ¿Qué obtendré si te la doy?
Kakasbal: Lo que tú desees.
Perro: Entonces quiero que me des un hueso por cada pelo
de mi cuerpo.
Kakasbal: Está bien, acepto.
Perro: Entonces empieza a contar.
Kakasbal empezó a contar los pelos del perro pero cuando
llego a la cola el perro recordó la fidelidad que debía a su amo y pegó un
salto, haciendo que Kakasbal perdiera la cuenta.
Kakasbal: ¿Por qué te mueves?
Perro: Las pulgas hacen que me dé comezón y no puedo
dejar de moverme. Vuelve a empezar.
Kakasbal tuvo que empezar una y otra vez, hasta llegar a
100 veces. Al fin, Kakasbal dijo:
No cuento más. Me has engañado, pero me has dado una
lección. Ahora sé que es más fácil comprar el alma de un hombre que el alma de
un perro.
El jichi (culturas nativas de las tierras
bajas, Bolivia)
Imagen de Kathia Recio
Un mito cuyo trasfondo es el culto al agua y
su vital cuidado.
Para explicar lo que es el jichi conviene ante todo tomar
el sendero que conduce a los tiempos de hace ñaupas y entrar en la cuenta, para
este caso parcial, de cómo vivían los antepasados de la estirpe terrícola,
antiguos pobladores de la llanura. Gente de parvos menesteres y no mayores
alcances, la comarca que les servía de morada no les era muy generosa, ni les
brindaba fácilmente todos los bienes necesarios para su subsistencia.
Para hablar del principal de los elementos de vida, el
agua no abundaba en la región. En la estación seca se reducía y se presentaban
días en que era dificultoso conseguirla. Así en los campos de Grigotá, en la
sierra de Chiquitos y en las dilatadas vegas circundantes de ésta.
De ahí que aquellos primitivos aborígenes pusieron delicada
atención en conservarla, considerándola como un don de los poderes divinos, y
hayan supuesto la existencia de un ser sobrenatural encargado de su guarda.
Este ser era el jichi.
Es mito compartido por mojos, chanés y chiquitos que
este genius aquae paisano vivía más que todo en los depósitos
naturales del líquido elemento. Para tenerle satisfecho y bien aquerenciado
había que rendirle culto y tributarle ciertas ofrendas.
Los españoles del reciente aposentamiento en la tierra
recogieron la versión y consintieron en el mito, con poco o ningún reparo. Con
mayor razón sus descendientes los criollos, tan consustanciados con la tierra
madre como los propios aborígenes, y máxime si tienen en las venas algunas
gotas de la sangre de éstos.
Como todo ser mítico zoomorfo, el jichi no pertenece a
ninguna de las clases y especies conocidas de animales terrestres o acuáticos.
Medio culebra y medio saurio, según sostienen los que se precian de entendidos,
tiene el cuerpo delgado y oblongo y chato, de apariencia gomosa y color hialino
que le hace confundirse con las aguas en cuyo seno mora. Tiene una larga,
estrecha y flexible cola que ayuda a los ágiles movimientos y cortas y
regordetas extremidades terminadas en uñas unidas por membranas.
Como vive en el fondo de lagunas, charcos y madrejones,
es muy rara la vez que se deja ver, y eso muy rápidamente y sólo desde que baja
el crepúsculo.
No hay que hacer mal uso de las aguas, ni gastarlas en
demasía, porque el jichi se resiente y puede desaparecer. Ítem más: No se debe
arrancar las plantas acuáticas que crecen en su morada, de tarope para arriba,
ni apartar los granículos de pochi que cubren su superficie. Cuando esto se ha
hecho, pese a las prohibiciones tradicionales, el líquido empieza a mermar, y
no para hasta agotarse. Ello significa que el jichi se ha marchado.
Hasta la próxima
Carivano