Hannah Arendt

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Hannah Arendt




(Hannover, 1906 - Nueva York, 1975) Filósofa alemana. De ascendencia judía. Conocida principalmente como ensayista política, Hannah Arendt también fue una crítica literaria sutil y atenta. Entre 1924 y 1929 cursó estudios de filosofía y teología, primero en Marburgo y en Friburgo y, finalmente, en Heidelberg. Tuvo por maestros a Edmund Husserl, Martin Heidegger y Karl Jaspers

Con este último se licenció en 1928. Obligada a abandonar la Alemania hitleriana en 1933, se trasladó a Francia. Internada en 1940 con otros emigrados, consiguió huir durante la ocupación, instalándose en Estados Unidos. 

Allí colaboró en numerosas revistas y, tras haber sido invitada sucesivamente por las universidades de Berkeley y Chicago, enseñó teoría política en la School for Social Research de Nueva York. En Los orígenes del totalitarismo (1951), su obra más reconocida, sostiene que los totalitarismos se basan en la interpretación de la ley como «ley natural», visión con la que justifican la exterminación de las clases y razas teóricamente «condenadas» por la naturaleza y la historia. 

Otras obras suyas son La condición humana (1958), Eichmann en Jerusalén (1963), Hombres en tiempos sombríos (1968), Sobre la violencia (1970) y La crisis de la república (1972).

Trabajó, entre otras cosas, como periodista y maestra de escuela superior y publicó obras importantes sobre filosofía política; sin embargo, rechazaba ser clasificada como «filósofa» y también se distanciaba del término «filosofía política»; prefería que sus publicaciones fueran clasificadas dentro de la «teoría política». 

Arendt defendía un concepto de «pluralismo» en el ámbito político. Gracias al pluralismo, se generaría el potencial de una libertad e igualdad políticas entre las personas. Importante es la perspectiva de la inclusión del Otro. En acuerdos políticos, convenios y leyes deben trabajar a niveles prácticos personas adecuadas y dispuestas. 

Como fruto de estos pensamientos, Arendt se situaba de forma crítica frente a la democracia representativa y prefería un sistema de consejos o formas de democracia directa.

A menudo, continúa siendo estudiada como filósofa, en gran parte debido a sus discusiones críticas de filósofos como Sócrates, Platón, Aristóteles, Immanuel Kant, Martin Heidegger y Karl Jaspers, además de representantes importantes de la filosofía política moderna como Maquiavelo y Montesquieu. Precisamente gracias a su pensamiento independiente, la teoría del totalitarismo (Theorie der totalen Herrschaft), sus trabajos sobre filosofía existencial y su reivindicación de la discusión política libre tiene Arendt un papel central en los debates contemporáneos.


Autora de numerosas obras, se dio a conocer en 1951 con un trabajo titulado Los orígenes del totalitarismo, en el que, mediante el análisis del imperialismo del siglo XIX y de los regímenes totalitarios del XX, intentaba reconstruir las vicisitudes histórico-políticas que desembocaron en el antisemitismo. 

De todos modos, este aspecto fundamental de su obra siempre se halla inserto en el cuadro de una reflexión más general sobre la noción de política en el mundo moderno, como sucede en La condición humana (1958), obra en la que la autora se interroga sobre los núcleos esenciales de los conceptos políticos clave, como los de democracia, poder, violencia o dominio.


Puesto que el carácter público de la felicidad y la libertad, que Hannah Arendt identificaba respectivamente con las revoluciones francesa y americana (así en Sobre la revolución, 1963), se ha perdido en nuestra tradición, su proyecto se inserta en el ámbito casi utópico de una democracia radical que no se base sobre el principio de soberanía. 

En su último trabajo, La vida del espíritu, en tres volúmenes y que quedó inacabado, es evidente la referencia cada vez más clara a la influencia del pensamiento de Martin Heidegger, y a la renovación de las reflexiones de la tradición hebraica sobre las nociones de voz, escritura y trazo.

La finalidad de Los orígenes del totalitarismo (obra que sería reelaborada y traducida al alemán por su misma autora para una edición de 1955, prologada por Karl Jaspers) es demostrar que el nacionalsocialismo y el bolcheviquismo son distintos del despotismo y la tiranía, las formas de ejercicio autoritario del poder conocidas desde la antigüedad. 

Las condiciones y los procesos sociales que condujeron al totalitarismo y al sistema burocrático terrorista de los campos de concentración se analizan sirviéndose de abundante material documental. La autora divide su investigación en tres partes: antisemitismo, imperialismo y totalitarismo.


Según Arendt, los orígenes del totalitarismo se hallan "en la ruina y disgregación de los estados nacionales y en el desarrollo anárquico de las modernas sociedades de masas". Los distintos elementos desencadenados en este proceso de disgregación son presentados en las dos primeras partes del libro hasta llegar a sus orígenes históricos, para ser descritos, en la tercera, en su "cristalizada forma totalitaria". Arendt afirma que el antisemitismo (como concepción política, producto de los últimos decenios del siglo XlX) no puede explicarse simplemente como "odio por los judíos"; las ideas de dominio y persecución nacieron de los lugares comunes antisemitas de la ideología política burguesa cuando se disgregó el estado nacional con sus mecanismos de control.


En el desarrollo de la emancipación política de la burguesía hacia "la alianza entre capital y plebe" y en la sociedad dominada por el concepto seudocientífico de raza, con su máquina burocrática para la aniquilación, Arendt reconoce el resultado "de la propaganda y la organización totalitaria"

El aparato estatal se independiza, la política secreta substituye a las leyes y la justicia y los campos de concentración y exterminio "sirven al régimen totalitario como laboratorios para la comprobación de su pretensión de dominio absoluto sobre el hombre"


El nacionalsocialismo y la dictadura de los soviets sólo son posibles, según la autora, porque en estos sistemas "cada persona es reducida a una inmutable identidad de reacciones, de manera que cada uno de estos haces de reacciones puede intercambiarse por cualquier otro"; y uno de los motivos por los cuales el hombre moderno se convierte tan fácilmente en víctima de los movimientos totalitarios es "su creciente distanciamiento".


Su primer libro lleva el título El concepto del amor en San Agustín: ensayo de una interpretación filosófica. Se trata de su tesis doctoral publicada en 1929 en Berlín. En la tesis, enlaza elementos de la filosofía de Martin Heidegger con los de Karl Jaspers y ya subraya la importancia del nacimiento tanto para el individuo como para su prójimo. 


Con ello se aleja de su maestro Heidegger, que entiende la vida como un «avanzar» a hacia la muerte. La obra fue reseñada en importantes publicaciones filosóficas y literarias. Se criticó que Arendt contemplase a san Agustín como filósofo y no como padre de la Iglesia, además del hecho de que no citase la literatura teológica más reciente.


En Berlín se encontró en 1929 al filósofo Günther Stern (que se llamaría más tarde Günther Anders), a quien ya había conocido en Marburgo. Poco más tarde se mudó a vivir con él, algo que estaba mal visto por la sociedad de la época, y ese mismo año se casaron. Tras un corto intervalo en Heidelberg, el matrimonio vivió un año en Fráncfort. Arendt escribía para el periódico Frankfurter Zeitung y participaba en seminarios de Paul Tillich y Karl Mannheim, de cuyo libro Ideología y utopía realizó una reseña crítica. Al mismo tiempo, estudiaba la obra de la escritora Rahel Varnhagen, una intelectual judía asimilada, investigadora del Romanticismo.


Cuando estuvo claro que la tesis doctoral de Stern no iba a ser aceptada por Theodor Adorno, volvieron ambos a Berlín. Allí, Arendt comenzó a trabajar en su obra sobre Rahel Varnhagen von Ense que realizaría en forma de tesis. Tras un informe positivo de Jaspers, que además consiguió otros de Heidegger y Martin Dibelius, obtuvo una beca de la Notgemeinschaft der Deutschen Wissenschaft (Asociación de ayuda para la ciencia alemana). Simultáneamente, Arendt comenzó a interesarse cada vez más por cuestiones políticas. 

Leyó a Marx y Trotsky y estableció contactos en la Hochschule für Politik (Escuela Superior de Política) de Berlín. Analizó la exclusión social de los judíos, a pesar de la asimilación, en base al concepto de «paria», empleado por primera vez por Max Weber para hablar de los judíos. A este término opuso el término «parvenu» (advenedizo), inspirada por los escritos de Bernard Lazare

En 1932 publicó en la revista Geschichte der Juden in Deutschland (Historia de los judíos en Alemania) el artículo «Aufklärung und Judenfrage» («La Ilustración y la cuestión judía), en el que desarrolla sus ideas sobre la independencia del judaísmo, enfrentándolas a las de los ilustrados Gotthold Ephraim Lessing y Moses Mendelssohn y el precursor del Romanticismo Johann Gottfried Herder.


También en 1932 realiza una crítica del libro Das Frauenproblem in der Gegenwart (El problema de la mujer en la actualidad) de Alice Rühle-Gerstel, en el que encomia la emancipación de la mujer en la vida pública, pero también discute sus limitaciones —sobre todo en el matrimonio y en la vida profesional—. Constata el «menosprecio fáctico» que sufre la mujer en la sociedad y critica los deberes que no son compatibles con su independencia. 


En cambio, Arendt contempla el feminismo desde la distancia. Por una parte, insiste en que los frentes políticos son «frentes de hombres» y por otra considera «cuestionables» los movimientos feministas, al igual que los movimientos juveniles, porque ambos —con estructuras que traspasan las clases sociales— tienen que fracasar en su intento de crear partidos políticos influyentes.


Poco antes de la llegada al poder de Hitler (30 de enero de 1933), Karl Jaspers trató de convencerla en varias cartas de que ella debía considerarse alemana. Ella lo rechazaba señalando su existencia judía. Escribió: «Para mí, Alemania es la lengua materna, la filosofía y la poesía». En lo demás se sentía distante. En especial, criticó la expresión «el ser (Wesen) alemán» empleada por Jaspers. Este le respondió: «Me extraña que usted, como judía, se quiera diferenciar de los alemanes». Ambos también mantendrían estas posiciones enfrentadas tras la Guerra.


En 1932, Arendt ya pensaba en la emigración, pero inicialmente se quedó en Alemania cuando su marido emigró a París en marzo de 1933, y comenzó su actividad política. Por recomendación de Kurt Blumenfeld, trabajó para una organización sionista, estudiando la persecución de los judíos, que estaba en sus comienzos. 

Su casa sirvió de estación de tránsito para refugiados. En julio de 1933 fue detenida durante ocho días por la Gestapo. A Günter Gaus le comentó sus razones: «Si te atacan como judío, debes defenderte como judío»


En mayo de 1941 Arendt llegó, con su marido y su madre, a Nueva York, pasando por Lisboa. La familia vivió inicialmente en un pequeño hotel, con una diminuta beca que recibía de la organización de refugiados sionista. Arendt mejoró enseguida sus conocimientos de inglés. 

A partir de octubre de 1941 trabajó como redactora en la revista judeo-alemana Aufbau, en Nueva York. Escribía con regularidad una breve columna llamada «This means You» («Esto se refiere a ti»). El artículo inicial, titulado «Mose and Washington» («Moisés y Washington»), tiene como punto de partida la historia del exilio judío, bajo la figura de Moisés. Arendt argumenta que el judaísmo moderno (reformado) ha perdido su auténtica tradición, un motivo que también se encuentra en las tesis de su libro sobre Rahel Varnhagen. «Entre nosotros crece paradójicamente el número de los que sustituyen a Moisés y a David por Washington o Napoleón...», judíos que querían «rejuvenecerse» a costa de no judíos. Arendt observa críticamente que la historia (judía) no es ningún vehículo del que uno pueda apearse por capricho; reivindica que se haga del judaísmo una «consagración», a saber, un arma en la lucha por la libertad. Con eso quería despertar la conciencia política judía en el mundo. 


Reivindicó en muchos artículos la creación de un ejército judío propio, que luchara codo con codo al lado de los aliados. Ni ella ni los pocos que la secundaban consiguieron tener éxito con esta demanda, que Arendt formuló antes de que comenzaran los asesinatos en masa en los campos de exterminio.


A pesar de que Arendt se definía como una sionista (secular), fue tomando posiciones cada vez más críticas sobre la concepción sionista del mundo, que comparaba con otras ideologías como el socialismo o el liberalismo, que hacían previsiones sobre el futuro. Consideraba que la libertad y la justicia eran los principios básicos de la política, algo incompatible con la idea de un pueblo elegido. Esta posición fue mayoritariamente rechazada por la opinión pública judía.


Dos años más tarde, publicó el ensayo We Refugees («Nosotros los refugiados»), en el que discutía la desastrosa situación de los refugiados y apátridas, que son «ilegales» sin derechos.


De 1944 a 1946 fue directora de investigación de la Conference on Jewish Relations (Conferencia de relaciones judías) y, seguidamente hasta 1949, lectora en la editorial judía Schocken. De 1949 a 1952 trabajó como Executive Secretary (gerente) de la Jewish Cultural Reconstruction Corporation (JCR), la organización para el salvamento y el cuidado de la cultura judía. Hasta que en 1951 Heinrich Blücher consiguiera trabajo en una universidad dando clases de filosofía, Hannah Arendt ganaba prácticamente sola el sustento de la familia.



El 26 de julio de 1948 murió su madre, Martha Arendt, durante el viaje a Inglaterra en el Queen Mary. Por encargo de la JCR, Hanna Arendt viajó a la República Federal Alemana en 1949-1950. Durante su estancia, se encontró, por primera vez desde 1933, con Karl Jaspers y Martin Heidegger. Realizó un segundo viaje en 1952. A partir de ese momento, viajó todos los años a Europa durante unos meses, en parte también a Israel, visitando a muchos amigos y familiares, pero en cada ocasión a Karl y Gertrud Jaspers.



En el ensayo Besuch in Deutschland. Die Nachwirkungen des Naziregimes (1950: Visita en Alemania. Las consecuencias del régimen nazi) escribe de forma muy detallada sobre la situación en la posguerra. Alemania ha destruido el tejido moral del mundo occidental en un corto período gracias a crímenes que nadie pensaba posibles. Millones de personas de Europa Oriental afluían en masa hacia el país destruido.


«Se puede dudar de si la política de los Aliados de expulsar a todas las minorías alemanas de países no alemanes —como si no hubiese suficientes apátridas en el mundo— fue una acción inteligente; pero está fuera de duda que, para los pueblos europeos que sufrieron durante la Guerra la criminal política de población alemana, el simple hecho de imaginarse tener que convivir con alemanes en el mismo territorio no sólo genera rabia, sino horror.»


Comprobó una curiosa indiferencia en la población. Europa estaba cubierta por una sombra de profundo dolor causada por los campos de concentración y de exterminio alemanes. Pero en ningún otro sitio se silenciaba tanto esta pesadilla de destrucción y espanto como en Alemania. «La indiferencia con la que los alemanes se mueven por entre las ruinas tiene su correspondencia en que nadie llora a los muertos.»


En cambio, corrían muchas historias sobre el sufrimiento de los alemanes, que se comparaban con los sufrimientos de los demás, con lo que, de forma callada, en Alemania se consideraba que la balanza había quedado equilibrada. La huida de la responsabilidad y la búsqueda de culpas en las potencias de ocupación están muy extendidas. 

<El alemán medio busca las causas de la última guerra no en las acciones del régimen nazi, sino en las circunstancias que condujeron a la expulsión de Adán y Eva del Paraíso>.


Hannah Arendt escribió a finales de 1948 el artículo Frieden oder Waffenstillstand im Nahen Osten? (« ¿Paz o armisticio en Oriente Medio?», publicado en EE. UU. En enero de 1950). El artículo trata sobre la historia de Palestina y la fundación del Estado de Israel. De acuerdo con el texto, la paz solo puede alcanzarse por el entendimiento y un acuerdo justo entre árabes y judíos. Describe la historia de la inmigración desde 1907 y enfatiza que, desde entonces, ambos grupos están enfrentados y que —también por la invasión otomana y más tarde del Reino Unido— nunca han considerado estar al mismo nivel o incluso nunca se han considerado como personas. 


Mientras que describe la falta de patria o de mundo (Weltlosigkeit) como el mayor problema de los judíos, critica a la mayoría de los dirigentes sionistas, que no han visto los problemas del pueblo árabe.


Su visión es una Palestina de dos naciones sobre la base de una política no nacionalista, una federación, que posiblemente podría incluir otros estados de Oriente Medio. 


La inmigración y la expulsión de una parte de la población de origen árabe representa una hipoteca moral, mientras que los colectivos que se basan en la igualdad y la justicia (kibutz) y la Universidad Hebrea de Jerusalén, así como la industrialización, están en la columna del haber.


Según Arendt, Israel podía librarse de las leyes del capitalismo, ya que era financiado por donaciones desde EE. UU. Y, por lo tanto, no estaba bajo la obligación de maximizar el beneficio. Su preocupación era que Israel siguiese una política expansionista agresiva, tras una guerra ganada, que había traído la desgracia a judíos y árabes, además de haber destruido todos los sectores económicos de ambos pueblos. Pero tenía esperanzas en el espíritu universalista del judaísmo y en las fuerzas dispuestas al entendimiento en los estados árabes.



En esa época había muy pocas personalidades de los lados judío y árabe que apoyasen una Palestina binacional. Arendt hace referencia al primer presidente de la universidad hebrea Judah Leon Magnes y el político y catedrático de filosofía libanés Charles Malik, de los que destaca su excepcionalidad. 


Ambos apoyaron claramente un entendimiento entre judíos y árabes para la solución del problema palestino, Magnes en 1946 y Malik ante el Consejo de Seguridad de la ONU en mayo de 1948.


Cuando en diciembre de 1948 el antiguo dirigente de la organización terrorista antibritánica Irgún, Menájem Beguin, llegó a Nueva York con el objetivo de conseguir donaciones para su nuevo partido Herut, veintiséis intelectuales, entre los que se contaban varios de origen judío, escribieron una dura carta abierta que se publicó el 4 de diciembre de 1948 en el New York Times. 


Entre los firmantes se encontraban, además de Hannah Arendt, entre otros, Isidore Abramowitz, Albert Einstein, Sidney Hook y Stefan Wolpe. En la carta advertían claramente contra este partido que consideraban de «extrema derecha» y «racista».


Veinte años más tarde, Arendt escribió a una amiga, la escritora norteamericana Mary McCarthy, que Israel era un ejemplo impresionante de igualdad entre las personas. Más importante consideraba la «pasión por la supervivencia» del pueblo judío, presente desde la antigüedad. Expresaba su miedo de que el Holocausto pudiera repetirse. 


Considera que Israel es necesario como lugar de refugio y debido al incombustible antisemitismo. Arendt comenta que cualquier catástrofe verdadera en Israel le afecta más que casi cualquier otra cosa.



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Banalidad del mal


La expresión banalidad del mal fue acuñada por Hannah Arendt (1906-1975), teórica política alemana, en su libro Eichmann en Jerusalén, cuyo subtítulo es Un informe sobre la banalidad del mal.


En 1961, en Israel, se inicia el juicio a Adolf Eichmann por genocidio contra el pueblo judío durante la Segunda Guerra Mundial. El juicio estuvo envuelto en una gran polémica y muchas controversias. Casi todos los periódicos del mundo enviaron periodistas para cubrir las sesiones, que fueron realizadas de forma pública por el gobierno israelí.


Además de crímenes contra el pueblo judío, Eichmann fue acusado de crímenes contra la humanidad y de pertenecer a un grupo organizado con fines criminales. Eichmann fue condenado por todos estos crímenes y ahorcado en 1962, en las proximidades de Tel Aviv.


Una de las corresponsales presentes en el juicio, como enviada de la revista The New Yorker, era Hannah Arendt.


Sobre el libro:


En 1963, basándose en sus reportajes del juicio y sobre todo su conocimiento filosófico-político, Arendt escribió un libro que tituló Eichmann en Jerusalén. En él, describe no solamente el desarrollo de las sesiones, sino que hace un análisis del «individuo Eichmann».


Según Arendt, Adolf Eichmann no poseía una trayectoria o características antisemitas y no presentaba los rasgos de una persona con carácter retorcido o mentalmente enferma. Actuó como actuó simplemente por deseo de ascender en su carrera profesional y sus actos fueron un resultado del cumplimiento de órdenes de superiores. Era un simple burócrata que cumplía órdenes sin reflexionar sobre sus consecuencias. Para Eichmann, todo era realizado con celo y eficiencia, y no había en él un sentimiento de «bien» o «mal» en sus actos.


Fue como si en aquellos últimos minutos (Eichmann) resumiera la lección que su larga carrera de maldad nos ha enseñado, la lección de la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes.
Arendt, Eichmann en Jerusalén.



La frase


Para Arendt, Eichmann no era el «monstruo», el «pozo de maldad» que era considerado por la mayor parte de la prensa. Los actos de Eichmann no eran disculpables, ni él inocente, pero estos actos no fueron realizados porque Eichmann estuviese dotado de una inmensa capacidad para la crueldad, sino por ser un burócrata, un operario dentro de un sistema basado en los actos de exterminio.


Sobre este análisis Arendt acuñó la expresión «banalidad del mal» para expresar que algunos individuos actúan dentro de las reglas del sistema al que pertenecen sin reflexionar sobre sus actos. No se preocupan por las consecuencias de sus actos, sólo por el cumplimiento de las órdenes. La tortura, la ejecución de seres humanos o la práctica de actos «malvados» no son considerados a partir de sus efectos o de su resultado final, con tal que las órdenes para ejecutarlos provengan de estamentos superiores.


Hannah Arendt discurre sobre la complejidad de la condición humana y alerta de que es necesario estar siempre atento a lo que llamó la «banalidad del mal» y evitar que ocurra.


Hoy la frase es utilizada con un significado universal para describir el comportamiento de algunos personajes históricos que cometieron actos de extrema crueldad y sin ninguna compasión para con otros seres humanos, para los que no se han encontrado traumas o cualquier desvío de la personalidad que justificaran sus actos. En resumen: eran «personas normales», a pesar de los actos que cometieron.



Crítica


El concepto de la «banalidad del mal» ha sido criticado por varios intelectuales y analistas, sobre todo en Israel. Sobre todo, la expresión «banalidad» en relación a un asesino en masa fue atacada desde diferentes frentes, entre otros también por Hans Jonas. Raul Hilberg también criticó la idea de la «banalidad del mal».



Por ejemplo, en un artículo en la revista británica de psicología The Psychologist, S. Alexander Haslam y Stephen D. Reicher argumentaban que los crímenes a la escala con que Eichmann los realizó no pueden ser cometidos por «personas corrientes». 

Las personas que cometen ese tipo de crímenes «se identifican activamente con grupos cuya ideología justifica y condona la opresión y destrucción de otros». Es decir, saben que están cometiendo un crimen, pero simplemente encuentran un modo de justificarlo.



Influencia posterior



El experimento de Milgram, realizado por Stanley Milgram, y el experimento de la cárcel de Stanford parecen confirmar la tesis de Arendt. Milgram se apoyó en el concepto de la «banalidad del mal» para explicar sus resultados de sumisión a la autoridad.



Rony Brauman y Eyal Sivan han realizado una película basándose en los archivos del proceso a Eichmann, titulada Un especialista, y un libro, titulado Elogio de la desobediencia, prolongando su reflexión sobre la sumisión a la autoridad como instrumento de la barbarie en los conflictos contemporáneos.




Margarethe von Trotta dirigió en el año 2012 la película Hannah Arendt, en la que explica cómo Arendt formula el concepto de «la banalidad del mal».



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Pelicula de Daniel Garzón


Canal YouTube 







Hasta la próxima



Carivano 

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